Cuando Alejandro Martin llegaba a la bajada del tren de la Calle 82 con Roosevelt, en Nueva York, quienes pasaban por su alrededor lo miraban con asombro. En un carro de supermercado, forrado en su interior con una bolsa de basura, traía tamales colombianos para deleitar a quienes transitaban por ese paradero. “Deliciosos, 100% tolimenses”, decía un pequeño cartel escrito en marcador.
Sin importar el frio o el calor, lo veían todos los días en este punto desde las 2 de la tarde. Con por lo menos 20 unidades para la venta, que permanecían en una bolsa térmica, se la pasaba allí hasta las 8 de la noche cuando ya decidía regresar a casa.
“Tenía 28 años y la gente me preguntaba: ¿Su mamá le hace los tamales? Yo me reía. Pensaban que no los hacíamos nosotros mismos. Parecía difícil creer que una persona joven estuviera allí”, dice Martin en entrevista con Forbes. “El clima de Nueva York llegaba a veces a menos 15 grados y me tocaba comprar ropa de esquimal para aguantar el frio”.
Pero la pena y las ganas de ‘echar pa lante’, como lo admite, no fueron un impedimento para construir una empresa que hoy ya mueve más de US$2 millones en ventas al año, con distribución en por lo menos 17 estados de Estados Unidos. Empezó vendiendo de 20 a 30 tamales diarios y hoy, con toda una red de ventas consolidada suma alrededor de hasta 8.000 unidades semanales.
“Podría decir que la facturación en Nueva York, con ventas directas e indirectas es de alrededor de US$200.000 mensuales”, dice Martin, un joven colombiano que vendió por más de tres años tamales en la calle antes de fundar La Tamalería Colombiana, una empresa que ya conquista las mesas de los hogares gringos y se abre paso por todos los rincones de Estados Unidos.
A los 17 años Martin empezó a trabajar en Alkosto vendiendo televisores y equipos de sonido para costearse la universidad en Colombia. Ingresó a la facultad de Comunicación Social – Periodismo, en la Universidad Minuto de Dios, y a lo largo de su carrera trabajó en ventas.
Cuenta a Forbes que a sus 21 años, cuando se graduó, comenzó en Sony como supervisor, después pasó a otras compañías como LG y terminó en Samsung. “Estaba escalando bien y tenía 22 años en su momento. Era el gerente más joven del almacén en su momento, pues era gerente de producto en la tienda de la 116 con Séptima (en Bogotá)”, recuerda.
Le iba bien, según dice, pero le faltaba el inglés. Sentía que para seguir escalando en esa multinacional debía aprender el idioma, por lo que se dio a la tarea de averiguar con conocidos que tenían familia en el mundo sobre las opciones de viajar al exterior.
“Era ir a Inglaterra o Australia, pero me di cuenta que lo más rápido era Estados Unidos”, sostiene.
Sacó la visa americana y se fue a vivir a Nueva York durante 11 meses para aprender inglés. En sus fines de semana, tenía trabajos informales para costear los gastos y así logró ahorrar un poco. Martín detalla que fue en ese momento cuando se devolvió a Colombia, pero a su regreso le cerraron las puertas.
“Me ofrecieron trabajos con salarios más bajos y que mi continuidad no seguía. Me tocaba comenzar con un cargo más bajo y empezar escalar. No me ofrecían ni la tercera parte de lo que ganaba antes de irme”, cuenta el joven, quien en ese momento se presentó de nuevo a Samsung para ser el jefe de producto de la multinacional en Latinoamérica.
Para 2015, el precio del dólar sobrepasó la barrera de los $3.000 en Colombia, un factor que llevó a Alejandro a devolverse a Estados Unidos. En ese momento su pareja quedó en embarazo, por lo que sus familiares le dijeron que era importante que su hija naciera en ese país.
“La mamá de mi hija se presentó a la Embajada, le dieron la visa y se vino”, dice Martin, quien admite que tomaron la decisión de quedar indocumentados para buscar nuevas oportunidades.
“Duré indocumentado cinco años, sin salud, sin apoyo de ningún tipo. Nos tocó empezar desde cero. Acá (en Nueva York) tuve varios trabajos, luego trabajé como mesero y, bueno, ahí duré mucho tiempo. Sin embargo, me di cuenta que eso no era lo mío. Empecé a buscar qué podía faltar, qué podía hacer”, recuerda.
¿Un antojo glorioso?
La idea de negocio empezó por un antojo. Un día su novia quería comer tamal y Martin se fue en búsqueda de un par, con la sorpresa de no encontrar un buen producto. “Los que vendían no se parecían en nada a los colombianos”, dice. “Tenían un sabor muy raro”.
Martin creció en Bogotá, pero su familia es tolimense. Recuerda que su mamá siempre hacía tamales para navidad e incluso los venía para sostener algunas veces sus gastos. Con este antecedente, él sabía que podía replicar dicha receta con los ingredientes que se encontraban en Estados Unidos.
“Los probamos y me supieron a gloria”, cuenta en broma. “No son los mejores tamales, pero pues dije: saben mejor de lo que venden acá. Les lleve a todos mis amigos y me dijeron: qué tamales tan ricos. Ahí pensé: ¿Por qué no me pongo a hacer tamales si tengo amigos y clientes?”.
Empezó vendiendo a conocidos colombianos y se dio cuenta que los tamales gustaban. En su búsqueda de crear algo nuevo, renunció a su trabajo y comenzó formalmente el negocio, encontrando en la Calle 82 con Roosevelt un punto estratégico para dar a conocer el producto.
“Los primeros fueron 20 tamales y los vendimos todos en la calle. Al otro día volvimos a salir y pues de ahí para adelante todo el mundo decía: qué ricos tamales”, sostiene.
Por más tres años vendió en el mismo punto “al sol, al agua y a la nieve”, como lo admite. En ese proceso, terminó con su pareja y le tocó volver a empezar de cero, pues ella era una pieza fundamental en el negocio. Esto no fue obstáculo para seguir adelante y, bueno, el resto es historia.
Con más de 63.900 seguidores en Instagram, La Tamalería Colombiana se ha convertido en un referente en Estados Unidos, degustando paladares de estadounidenses, mexicanos, salvadoreños, ecuatorianos, puertorriqueños y colombianos, entre otros. Ya no solo vende tamales, sino también lechona y otros productos colombianos.
Tras más de cinco años indocumentado, Martin ya logró obtener sus documentos oficiales, lo que le ha permitido seguir creciendo su empresa. Al mes sus ventas ya suman más de US$200.000, lo que en el año se traducen en cerca de US$2.4 millones, a grandes rasgos. Cuenta a Forbes que buscan seguir expandiendo la marca, por lo que ya han concretado una red de comercialización en todo el país, con un punto importante en Miami.
Según explica, ya no solo se enfocan en vender tamales, sino también apuestan por entrar al comercio electrónico de la mano de un gigante como Amazon. Martin confirma que en los próximos días empezarán a vender lechona en lata a través de este e-commerce, por lo que buscan impulsar nuevas unidades de negocio.
“Ha sido el proceso de traer lo típico colombiano a Estados Unidos”, explica el empresario. “Con mi historia siempre busco ser la motivación para muchos, para quienes quieren empezar y no se han decidido, o para quienes ya lo hicieron y buscar sacar ese proyecto adelante. Con persistencia, todo se puede lograr”.
Tomado de Forbes